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La paz del mundo no sólo es posible, sino también inevitable (página 2)




Enviado por jesus gonzalez garcia



Partes: 1, 2, 3, 4

La insistencia en los prejuicios de cualquier tipo no
sólo está dañando los intereses de la
humanidad, sino que también es una violación de la
Voluntad de Dios para esta época:

¡OH pueblos y razas contendientes de la Tierra!
Dirigid vuestros rostros hacia la unidad y dejad que el fulgor de
su luz brille sobre
vosotros. Reuníos y, por amor a Dios,
decidíos a extirpar todo lo que sea fuente de discordia
entre vosotros. No puede haber duda alguna de que los pueblos del
mundo, de cualquier raza o religión, derivan su
inspiración de una única Fuente celestial y son los
súbditos de un solo Dios. La diferencia entre las
ordenanzas a las que están sometidos debe ser atribuida a
los requisitos y exigencias variables de
la época en la que fueron reveladas. Todas ellas, excepto
unas pocas que son producto de la
perversidad humana, fueron ordenadas por Dios y son el reflejo de
Su Voluntad y Propósito. Levantaos y, armados con el
poder de la
fe, despedazad los dioses de vuestras vanas imaginaciones, los
sembradores de disensión entre vosotros.

Cuando un niño nace de una familia
cristiana, él es automáticamente un cristiano,
cuando los padres son musulmanes, los niños
serán musulmanes; si son hindúes, los hijos
serán hindúes. ¿Por qué? Porque la
mayoría de la gente continúa imitando a sus
antepasados, y ciertamente si esta ciega imitación
continúa, la gente nunca podrá unirse. Todos pelean
sobre sus imitaciones. Todos dicen que ellos son los que conocen
la verdad y que los otros están errados. La gente muy rara
vez se detiene a pensar que si hubiera nacido dentro de una
familia diferente, con diferentes creencias, habría
pensado en forma muy diferente de lo que ahora cree ser el
único camino a la verdad.

Bahá'u'lláh nos enseña que la
Verdad es Una. Si la gente del mundo dejara de imitar a sus
padres y buscara la verdad por ella misma, llegarían todos
a una sola conclusión y se unirían. Las distintas
clases de gentes son como niños que viven en casas
diferentes y miran al sol bajo vidrios de colores.
Así como el color de los
vidrios difiere, según la casa por la que se mire,
así un niño al mirar al sol a través de un
vidrio verde,
creerá que el sol es verde,
mientras que aquel que mire al sol a través de un vidrio
de color rojo creerá naturalmente que el sol es rojo; y
otro que mire al sol, a través de un vidrio azul
creerá que el sol es azul. Estos niños pueden
discutir el color del sol, cada uno creyendo que lo que ve es el
color verdadero. Pero si ellos dejasen de ver a través de
sus diferentes vidrios de colores, y salieran afuera, entonces
todos verían el verdadero color del sol y dejarían
de discutir.

Bahá'u'lláh está haciendo un
llamado a los hijos del hombre para
que salgan de sus casas; las casas que han heredado ellos de sus
antepasados, y dejen de mirar al sol a través de distintos
vidrios de colores, porque el sol al que miramos es el mismo sol,
y una vez que nos quitemos el lente de colores de nuestros ojos,
entonces veremos al sol en su verdadero color.

Dios espera que nosotros pensemos en lo que creemos en
vez de seguir ciegamente nuestras creencias solamente por el
hecho de que nuestros antepasados han creído de esa manera
durante muchas generaciones. Si es que buscamos la verdad por
nosotros mismos, veremos que la verdad es única, y que nos
puede unir y hacernos olvidar las diferencias que hayan existido
en el pasado.

'Abdu'l-Bahá dice:

" Las religiones divinas de las
Manifestaciones de Dios son realmente una sola aunque difieren en
nombre y nomenclatura.
El hombre debe
amar la luz sin importarle en qué día ella
aparezca. Debe amar la rosa sin importarle en que tierra crezca.
Debe buscar la verdad, sin importarle de que fuente provenga.
Sentir apego a la linterna no es amar la luz, sentir apego a la
tierra no es propio, pero disfrutar de la rosa que crece en la
tierra eso sí vale la pena. Sentir devoción hacia
un árbol es infructuoso pero participar de sus frutos es
beneficioso. Los frutos deliciosos de donde quiera que ellos
provengan o de donde se los haya recogido deben ser apreciados.
La palabra de la verdad, no importa la lengua que la
pronuncie, debe ser escuchada. Las verdades absolutas, no importa
el libro en que
se hallen escritas, deben ser aceptadas. Si es que amparamos el
prejuicio este
será la causa de depravación e ignorancia. La
contienda entre religiones,
entre naciones y razas se debe al malentendido. Si investigamos
las religiones y descubrimos sus principios
básicos, veremos que todas encierran no varios, sino un
solo fundamento y que todas se hallar de acuerdo. Por este medio
todos las religiones del mundo entero llegarán a
comprenderse y alcanzarán la unidad y la
reconciliación. . ."

En otro lugar 'Abdu'l-Bahá dice:

"¡Ay! la humanidad está totalmente
sumergida en imitaciones y en falsedades; sin embargo, la verdad
de la religión divina siempre ha permanecido igual.
Supersticiones han oscurecido la realidad fundamental, el mundo
se halla en tinieblas y la luz de la religión no se hace
aparente.

Esta oscuridad conduce a crear diferencias y
desacuerdos; se hallan por miles los dogmas y los ritos; por lo
tanto el desacuerdo se ha levantado entre los sistemas
religiosos a pesar de que la religión tiene por objeto la
unificación de la humanidad. La verdadera religión
es la fuente de amor y acuerdo entre los hombres, la causa
principal del desarrollo de
cualidades elevadas; pero la gente está acostumbrada a lo
falso y a las imitaciones, y descuida la realidad que unifica;
así son despojados y privados de la luz de la
religión. Siguen las supersticiones heredadas de sus
padres y antepasados. Esto ha prevalecido hasta tal grado que han
opacado la luz celestial de la verdad divina y se sumergen en la
oscuridad de la imitación y de las imaginaciones. Lo que
fue el motivo de la vida ha sido causa de la muerte; lo
que debería ser una evidencia de sabiduría, se
convierte en una prueba de ignorancia; aquello que fue factor en
la sublimidad de la naturaleza
humana se ha convertido en degradación. Por lo tanto,
la esfera del religionario se ha ido cerrando y oscureciendo
gradualmente y el círculo del materialismo se
ha ido ensanchando y avanzando; porque el religionario se ha
adherido a la imitación y lo espurio, descuidando y
descartando la santidad y la sagrada realidad de la
religión. Es cuando el sol se pone que los
murciélagos empiezan a volar. Ellos aparecen porque son
criaturas de la oscuridad. Cuando la luz de la religión se
oscurece, los materialistas aparecen. Ellos son los
murciélagos de la noche Es en la declinación de la
religión cuando ellos se vuelven más activos; buscan
la sombra cuando el mundo se halla a oscuras y las nubes se han
esparcido sobre él.

"Su Santidad Bahá'u'lláh se ha levantado
por el horizonte oriental. Como la gloria del sol, ha venido al
mundo. Ha implantado la realidad de la religión divina, ha
disipado la oscuridad de las imitaciones, ha sentado las bases de
nuevas enseñanzas y ha resucitado al mundo.

"La primera enseñanza de Bahá'u'lláh es
la investigación de la realidad. El hombre
debe buscar la realidad por sí mismo, desechando las
Imitaciones y las adherencias a meros formulismos hereditarios.
Como las naciones del mundo se hallan tan apegadas a las
imitaciones llamándolas verdades, y corno tales son
variadas, las diferencias en el credo han producido las
contiendas y las guerras.
Mientras estas imitaciones continúen, la unidad del mundo
es Imposible. Por lo tanto, debemos investigar la realidad para
que, mediante su luz, las nubes y la oscuridad puedan disiparse.
La realidad es una sola, no admite multiplicidad o
división. Si las naciones del mundo investigaran la
realidad, se pondrían de acuerdo y llegarían a
unirse. Mucha gente ha buscado la realidad a través de las
enseñanzas y de la guía de
Bahá'u'lláh. Han llegado a unirse y ahora viven de
acuerdo, amándose unos a otros; entre ellos no hay ya la
más pequeña traza de enemistad o
desunión".

Bahá'u'lláh recibió en
Bahjí a uno de los pocos occidentales que Le vieron y el
único que dejó un relato escrito de la experiencia.
El visitante era Edward Granville Browne, un orientalista joven y
prometedor de la Universidad de
Cambridge, cuya atención se había sentido
atraída originalmente por la dramática historia del Báb y de
Su heroico grupo de
seguidores. Sobre su encuentro con Bahá'u'lláh,
Browne escribió:

Aunque yo tenía una vaga idea del lugar a
donde iba y a quién había de contemplar (pues no se
me había dado ninguna indicación precisa), pasaron
unos segundos antes de que, estremecido de asombro y reverente
temor, tuviera conciencia de que
la habitación no estaba vacía. En el ángulo
donde el diván tocaba la pared, distinguí una
extraordinaria y venerable figura. […] El rostro de aquel a
quien contemplé nunca lo podré olvidar aunque no
puedo describirlo. Esos ojos penetrantes parecían leer en
el alma de uno;
en su amplia frente había poder y autoridad
[…]. ¡No necesitaba preguntar en presencia de
quién me encontraba al inclinarme ante aquél que es
el objeto de una devoción y un amor que los reyes
podrían envidiar y por los cuales los emperadores suspiran
en vano! Una voz digna y suave me pidió que me sentara y
continuó: "¡Alabado sea Dios ya que tú has
llegado hasta mí! […]. Has venido a ver a un prisionero
y un desterrado. […] Nosotros sólo deseamos el bien del
mundo y la felicidad de las naciones; sin embargo nos consideran
causantes de sedición y de contiendas, merecedoras de la
prisión y el destierro […]. Que todas las naciones
tengan una fe común y todos los hombres sean como
hermanos; que se fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre
los hijos de los hombres; que desaparezca la diversidad de
religiones y se anulen las diferencias de raza.
¿Qué mal hay en esto? […] Pero esto se
cumplirá, estas luchas sin objeto, estas guerras
desastrosas pasarán y la 'Paz Más Grande'
reinará. (Baha'u'llah, Baha'u'llah)

2. La promesa de
la paz mundial

LA PROMESA DE LA PAZ MUNDIAL
Por La Casa Universal de Justicia

INTRODUCCIÓN
Con motivo del Año Internacional de la Paz, la Casa
Universal de Justicia
-cuerpo representativo de la Fe Bahá'í- hizo llegar
este mensaje a los gobernantes, autoridades, personalidades
destacadas y gentes de todos los estratos de la sociedad a
través de las comunidades bahá'ís del
mundo.
En estos momentos en los que el logro de la paz se hace cada
día más apremiante, cuando la desesperanza se va
apoderando de la conciencia de cada uno de los habitantes del
planeta, cuando todos los intentos por alcanzarla parecen
revelarse como inoperantes, surge, con este mensaje, un nuevo
horizonte de confianza en la posibilidad de pacificación
de los pueblos.
La Promesa de la Paz Mundial que tiene usted en sus manos
señala las causas de la "contradicción paralizante"
que sufre el hombre contemporáneo al enfrentarse a la
posibilidad del establecimiento de una paz mundial, duradera y
efectiva; diseña el proceso que se
ha de seguir para convertir a este castigado planeta en un solo
país sostenido por las bases de la paz y la unidad;
identifica los principios rectores que necesariamente
deberán conformar todo proyecto efectivo
de construcción de un nuevo orden mundial bajo
el reinado de la justicia.
La Fe Bahá'í -religión independiente
revelada por Bahá'u'lláh en Persia hace más
de un siglo- integra en sus enseñanzas los requisitos de
conducta
individual y colectiva, moral y
social, que deben preceder ineludiblemente al establecimiento de
un orden mundial que garantice la vida y la dignidad de
todos los seres vivos y que produzca una verdadera
civilización de progreso y bienestar bajo el principio de
la unidad en diversidad.
El espejismo de que la maldad, la violencia y la
guerra son
consustanciales a la naturaleza
humana no puede ya sostenerse por más tiempo. Es
necesaria, por una parte, su visión como expresión
sólo de una etapa de inmadurez en el transcurrir de la
evolución
del hombre, y, por otra, la identificación de los
principios espirituales o valores
humanos que nos capaciten y alimenten nuestra voluntad de
actuar con confianza en la meta final: el
establecimiento del "reino de Dios" sobre la tierra.
El Plan Divino que
hará surgir una primavera de paz mundial, como proceso
natural consecuente al invierno de violencia en el que estamos
inmersos, no puede ser frenado.
Octubre 1985

A LOS PUEBLOS DEL MUNDO

La Gran Paz hacia la que las gentes de buena voluntad
han inclinado sus corazones a lo largo de los siglos, esa paz que
los videntes y los poetas han vaticinado generación tras
generación y que han prometido constantemente las sagradas
escrituras de la humanidad, está, por fin, al alcance de
todas las naciones. Por primera vez en la historia puede
contemplarse el planeta entero, con toda su gran variedad de
pueblos, en una sola perspectiva. La paz del mundo no sólo
es posible, sino también inevitable. La próxima
etapa en la evolución de este planeta es, en palabras
de un gran pensador, "la planetización de la
humanidad".
Que la paz haya de alcanzarse sólo después de
inimaginables horrores provocados por el empecinado apego de la
humanidad a viejas normas de
conducta, o que haya de abrazarse ahora, por medio de un acto
voluntario resultado de una gran consulta, es lo que tienen que
decidir todos los habitantes de la tierra. En esta encrucijada
decisiva, cuando los arduos problemas que
enfrentan a las naciones han sido fundidos en una sola
preocupación para todo el mundo, el no frenar la corriente
de conflicto y
desorden sería un acto inconscientemente
irresponsable.

Entre las señales
favorables están el creciente fortalecimiento de las
medidas destinadas a establecer un nuevo orden mundial que se
tomaron inicialmente, casi al comienzo de este siglo, con la
creación de la Liga de las Naciones, seguida por la
Organización de las Naciones Unidas,
de más amplio alcance; el hecho de que, después de
la Segunda Guerra Mundial,
la mayor parte de las naciones de la tierra lograra su independencia
-prueba de madurez del proceso de formación nacional de
los pueblos-, así como la cooperación de estas
naciones incipientes con las naciones más antiguas en la
búsqueda de soluciones a
problemas comunes; el aumento consiguiente de la
cooperación entre pueblos y grupos, hasta
entonces aislados y antagonistas, en los campos de la ciencia,
la
educación, el derecho, la economía y la
cultura; el
surgimiento, durante los últimos decenios, de un
número sin precedentes de organizaciones
humanitarias internacionales; la proliferación de
movimientos femeninos y juveniles que trabajan para que se ponga
fin a las guerras, y la generación espontánea de
crecientes asociaciones de gente común en busca de la
comprensión mediante la
comunicación personal.

Los adelantos científicos y tecnológicos
logrados en este siglo extraordinario presagian un gran salto
hacia adelante en la evolución social del planeta e
indican los medios para
resolver los problemas materiales de
la humanidad. En realidad, estos adelantos constituyen los medios
mismos para la
administración de la compleja vida de un mundo unido.
Pero los obstáculos todavía existen. Las dudas, los
conceptos erróneos, los prejuicios, las sospechas y las
mezquindades acosan a los pueblos y naciones en sus relaciones
mutuas.

Como resultado de un profundo sentimiento del deber
espiritual y moral, nos vemos obligados, en este momento
oportuno, a llamar la atención de ustedes sobre las
penetrantes ideas -de las cuales nosotros somos depositarios- que
Bahá'u'lláh, el fundador de la Fe
Bahá'í, comunicó en primicia a los
gobernantes de la humanidad hace más de un
siglo.

Escribió Bahá'u'lláh: "Los vientos
de la desesperación, lamentablemente, soplan desde todas
direcciones, y la disensión que divide y aflige a la raza
humana aumenta día a día. Ya se perciben los
signos de
convulsiones y caos inminentes, por cuanto el orden prevaleciente
demuestra ser deplorablemente defectuoso". Este juicio
profético ha sido ampliamente confirmado por la
experiencia general de la humanidad. Las deficiencias del orden
establecido se reflejan en la incapacidad de los estados
soberanos que forman las Naciones Unidas para exorcizar el
espectro de la guerra, el amenazante fracaso del orden
económico internacional, la expansión de la
anarquía y el terrorismo, y
el atroz sufrimiento que éstos y otros males causan cada
vez a más millones de seres humanos. En verdad, tanta
agresión y conflicto han llegado a caracterizar de tal
forma nuestros sistemas sociales, económicos y religiosos
que muchas personas han sucumbido a la creencia de que dicha
conducta es intrínseca a la naturaleza humana y que, por
lo tanto, no se puede erradicar.

Con el afianzamiento de este punto de vista, se ha
desarrollado una contradicción paralizante en los
acontecimientos humanos. Por una parte, gentes de todas las
naciones proclaman no sólo su buena disposición,
sino también su anhelo de paz y concordia para que
desaparezcan los acuciantes temores que atormentan su vida
diaria. Por otra parte, se acepta con conformidad la tesis de que
los seres humanos son incorregiblemente egoístas y
agresivos y, por lo tanto, incapaces de construir un sistema social
que sea a la vez progresista y pacífico, dinámico y
armónico, un sistema que permita el libre juego de la
creatividad e
iniciativa individuales, pero basado en la cooperación y
la reciprocidad.

A medida que la necesidad de la paz se vuelve más
apremiante, esta contradicción fundamental, que impide su
realización, exige una nueva evaluación
de las suposiciones sobre las que se basa el punto de vista
común del destino histórico de la humanidad.
Examinándola desapasionadamente, la evidencia revela que
dicha conducta, lejos de reflejar la genuina naturaleza del
hombre, representa una tergiversación de su
espíritu. La rectificación de este punto de vista
permitirá a todos poner en marcha las fuerzas sociales
constructivas que, por ser acordes con la naturaleza humana,
producirán concordia y cooperación en vez de
guerras y conflictos.

El seguir tal camino no es negar el pasado de la
humanidad, sino comprenderlo. La Fe Bahá'í
contempla la confusión actual del mundo y el lastimoso
estado de los
acontecimientos humanos como una etapa natural de un proceso
orgánico que llevará, final e inevitablemente, a la
unificación de la humanidad dentro de un orden social
único, cuyos límites
serán los del planeta. La humanidad, como unidad
orgánica característica, ha pasado por etapas
evolutivas análogas a las etapas de la infancia y la
adolescencia
de los individuos y se encuentra ahora en el período de
culminación de su turbulenta adolescencia, llegando a su
tan esperada mayoría de edad.

Un reconocimiento sincero de que el prejuicio, la guerra
y la explotación han sido la expresión de etapas de
inmadurez de un vasto proceso histórico, y que la
humanidad experimenta hoy el inevitable tumulto que indica la
llegada colectiva a su mayoría de edad, no es razón
para desesperarse, sino un requisito previo para emprender la
formidable tarea de construir un mundo pacífico. Que
semejante empresa es
posible, que existen las fuerzas constructivas que se necesitan
para tal fin, que es posible levantar estructuras
sociales unificadoras, es el tema que les exhortamos a
examinar.

Sea cual fuere el sufrimiento y la confusión que
nos deparen los próximos años, así como la
oscuridad de las circunstancias inmediatas, la comunidad
bahá'í cree que la humanidad puede enfrentarse a
esta prueba suprema con confianza en el resultado final. Lejos de
ser indicios del fin de la civilización, los cambios
convulsivos hacia los cuales la humanidad se precipita cada vez
más rápidamente servirán para desencadenar
las "potencialidades inherentes a la posición del hombre"
y para revelar "la medida plena de su destino en el mundo y la
excelencia innata de su realidad".
I
Los dones que distinguen al ser humano de todas las demás
formas de vida se resumen en lo que se conoce como el
espíritu humano; la mente es su característica
fundamental. Estos dones han hecho posible que la humanidad
construyera civilizaciones y disfrutara de prosperidad material.
Pero tales triunfos por sí solos no han satisfecho nunca
al espíritu humano, cuya naturaleza misteriosa le inclina
hacia lo trascendente, hacia un anhelo de alcanzar un reino
invisible, hacia una realidad última, hacia esa
desconocida esencia de las esencias que se llama Dios. Las
religiones, reveladas a la humanidad por una sucesión de
luminarias espirituales, han sido el vínculo fundamental
entre el ser humano y esa realidad última y han
galvanizado y refinado la capacidad de la humanidad para alcanzar
el éxito
espiritual junto con el progreso social.
Ningún intento serio para corregir los asuntos humanos,
para alcanzar la paz mundial, puede prescindir de la
religión. El concepto y
práctica de la misma por el hombre son, de manera
determinante, el material de la historia. Un eminente historiador
describió la religión como una "facultad de la
naturaleza humana". Ahora bien, no se puede negar que la
perversión de esta facultad ha contribuido a crear
confusión en la sociedad y conflictos entre los
individuos. Pero tampoco puede ningún observador sensato
descartar la influencia preponderante que ha ejercido la
religión sobre las expresiones vitales de la
civilización. Más aún, su carácter indispensable para el orden social
ha sido demostrado repetidamente por su efecto directo sobre la
ley y la
moral.

Al referirse a la religión como una fuerza social,
Bahá'u'lláh escribió: "La religión es
el mayor de todos los medios para el establecimiento del orden en
el mundo y para la pacífica satisfacción de todos
los que lo habitan". Respecto al eclipse o corrupción
de la religión, escribió: "Si la lámpara de
la religión se apagara, el caos y la confusión
sobrevendrían, y las luces de la equidad, de la
justicia, de la tranquilidad y de la paz dejarían de
brillar". En una enumeración de dichas consecuencias, las
escrituras bahá'ís señalan que la
"perversión de la naturaleza humana, la degradación
de la conducta humana,
la corrupción y la disolución de las
instituciones
humanas, se revelan ellas mismas, bajo tales circunstancias, en
sus peores y más repugnantes aspectos. Se envilece el
carácter humano, la confianza vacila, los nervios de la
disciplina se
relajan, la decencia y la vergüenza se oscurecen, las
concepciones del deber, de la solidaridad, de
la reciprocidad y de la lealtad se distorsionan, y hasta el
sentimiento de paz, de alegría y de esperanza se extingue
gradualmente".
En consecuencia, si la humanidad ha llegado a un punto de
conflicto paralizante, debe buscar dentro de sí misma,
dentro de su propia negligencia en los cantos de sirena que ha
escuchado, hasta encontrar la fuente de la incomprensión y
la confusión perpetradas en nombre de la religión.
Aquellos que se han aferrado ciega y egoístamente a sus
propias ortodoxias, quienes han impuesto sobre
sus fervientes devotos interpretaciones erróneas y
conflictivas de las declaraciones de los Profetas de Dios, tienen
una gran responsabilidad por esta confusión que se
complica por las barreras artificiales que se levantan entre la
fe y la razón, la religión y la ciencia. Pues
si se hace un sereno examen de las verdaderas aseveraciones de
los Fundadores de las grandes religiones, y de los medios
sociales en que se vieron obligados a realizar sus misiones, no
hay nada que apoye las contiendas y prejuicios que trastornan a
las comunidades religiosas de la humanidad y, por lo tanto, a
todos los asuntos humanos.
La máxima de que deberíamos tratar a los
demás como quisiéramos que se nos tratara a
nosotros mismos, un principio de ética que
se repite constantemente en las enseñanzas de todas las
grandes religiones, fortalece esta última observación en dos aspectos particulares:
resume la actividad moral, el aspecto pacificador que caracteriza
a estas religiones, independientemente de su lugar o época
de origen; también revela un aspecto de unidad que es su
virtud fundamental, una virtud que la humanidad en su
visión disociada de la historia no ha sabido apreciar.
Si la humanidad hubiera visto a los Educadores de su infancia
colectiva en su verdadera dimensión, como agentes de un
proceso civilizador, no hay duda que hubiera cosechado beneficios
muchos mayores por el efecto acumulado de las misiones sucesivas
de tales Educadores. Esto, lamentablemente, no ha sucedido
así.
El resurgimiento del fervor fanático religioso que se
observa en muchos países no puede calificarse más
que de convulsión agonizante. La naturaleza propia de los
fenómenos violentos y disociadores, que se relacionan con
dicho resurgimiento, da testimonio de la bancarrota espiritual
que representa. Realmente, una de las características
más extrañas y tristes del fanatismo religioso es
el extremo hasta el que está socavando, en cada caso
particular, no sólo los valores
espirituales que conducen a la unidad de la humanidad, sino
también aquellas singulares victorias morales ganadas por
la religión determinada a la que pretende servir.
Pese a que la religión haya sido una gran fuerza vital en
la historia de la humanidad, y por dramático que sea el
actual resurgimiento del fanatismo religioso militante, desde
hace décadas, un número cada vez mayor de personas
considera que la religión y las instituciones religiosas
están desconectadas de las principales inquietudes del
mundo moderno. En lugar suyo, la gente se ha entregado a la
búsqueda hedonista de la satisfacción material, o a
ideologías del origen humano, diseñadas para
rescatar a la sociedad de los males evidentes bajo los cuales
sufre. Lamentablemente, muchas de estas ideologías, en vez
de abrazar el concepto de la unidad de la humanidad y de promover
una creciente concordia entre los diferentes pueblos, han tendido
a deificar el Estado, a
subordinar al resto de la humanidad a los dictados de una
nación,
raza o clase, a
intentar suprimir toda discusión e intercambio de ideas, o
a abandonar despiadadamente a merced de la economía de
mercado a
millones de seres hambrientos; todo lo cual agrava claramente la
situación de la mayoría de la humanidad, mientras
permite que pequeños sectores vivan en una prosperidad que
difícilmente hubieran imaginado nuestros antepasados.
Cuán trágico es el historial de las falsas
religiones creadas por los sabios mundanos de nuestra
época. En la desilusión masiva de poblaciones
enteras a quienes se les ha enseñado a adorar en los
altares de dichas religiones, puede leerse el veredicto
irrevocable de la historia sobre los valores de las
mismas. Los frutos que han producido estas doctrinas,
después de decenios de un creciente y desenfrenado
ejercicio de poder por parte de aquellos que les deben su
ascendencia en los asuntos humanos, son los males sociales y
económicos que afligen a cada región de nuestro
mundo en los años finales del siglo XX. Fundamentando
todas estas aflicciones exteriores está el daño
espiritual, reflejado en la apatía que ha atrapado a las
masas de los pueblos de todas las naciones, y la
desaparición de la esperanza en los corazones de millones
de seres despojados y angustiados.
Ha llegado la hora de que aquellos que predican los dogmas del
materialismo, ya sean de Oriente o de Occidente, ya sean los del
capitalismo o
los del socialismo,
rindan cuenta del liderazgo
moral que presumen haber ejercido. ¿Dónde
está el "nuevo mundo" prometido por estas
ideologías? ¿Dónde está la paz
internacional a cuyos ideales proclaman su devoción?
¿Dónde están los adelantos en nuevos campos
de realizaciones culturales producidos por el engrandecimiento de
tal raza, de tal nación
o de tal clase en particular? ¿Por qué la inmensa
mayoría de los pueblos del mundo se está hundiendo
cada vez más en el hambre y la miseria, mientras la
riqueza, en una escala que nunca
soñaron los faraones, los césares o aun las
potencias imperialistas del siglo XIX, está a
disposición de los actuales árbitros de los asuntos
humanos?
Muy especialmente, en la glorificación de los fines
materiales, a la vez origen y característica común
de todas esas ideologías, es donde se encuentran las
raíces con las que se nutre el sofisma de que los seres
humanos son incorregiblemente egoístas y agresivos. Es
aquí, precisamente, donde debe limpiarse el terreno para
construir un nuevo mundo digno de nuestros descendientes.
El hecho de que los ideales materialistas, a la luz de la
experiencia, hayan fracasado en satisfacer las necesidades de la
humanidad, reclama a un reconocimiento sincero de que hay que
hacer un nuevo esfuerzo para encontrar las soluciones a los
angustiosos problemas del planeta. Las condiciones intolerables
que prevalecen en la sociedad reflejan un fracaso común de
todos ellos, circunstancia que incrementa, en vez de aliviarlas,
las tensiones que predominan en todos los bandos. Está
claro que se requiere un esfuerzo común para remediarlo.
Es primordialmente una cuestión de actitud.
¿Continuará la humanidad a la deriva,
aferrándose a conceptos obsoletos y a creencias
impracticables? ¿O darán sus líderes un paso
adelante con voluntad decidida, prescindiendo de
ideologías, para unirse en la búsqueda conjunta de
soluciones adecuadas?
Quienes se preocupan por el porvenir de la humanidad bien
debieran reflexionar sobre este consejo: "Si los ideales por
tanto tiempo apreciados y las instituciones por tanto tiempo
veneradas; si ciertas suposiciones sociales y fórmulas
religiosas han dejado de fomentar el bienestar de la
mayoría de la humanidad; si ya no satisfacen las
necesidades de una humanidad en continua evolución, que se
descarten y releguen al limbo de las doctrinas obsoletas y
olvidadas. ¿Por qué éstas, en un mundo
sujeto a la inmutable ley del cambio y la
decadencia, han de quedar exentas del deterioro que
necesariamente se apodera de toda institución humana?
Porque las normas legales, las teorías
políticas y económicas han sido
diseñadas únicamente para defender los intereses de
toda la humanidad y no para que ésta sea crucificada por
la conservación de la integridad de alguna ley o doctrina
determinada".
II
Prohibir las armas nucleares,
el uso de gases
venenosos o declarar ilegal la guerra bacteriológica no
eliminará de raíz las causas de las guerras. Por
muy importantes que sean dichas medidas prácticas como
parte del proceso de paz, son en sí demasiado
superficiales como para ejercer alguna influencia duradera. Los
hombres son lo suficientemente ingeniosos como para inventar
otras formas de guerra y usar los alimentos, las
materias primas, las finanzas, el
poder industrial, la ideología y el terrorismo como instrumentos
de subversión de unos contra otros en una interminable
pugna por la supremacía y el dominio. Tampoco
es posible resolver el trastorno masivo de los asuntos de la
humanidad arreglando problemas o conflictos específicos
entre las naciones. Debe adoptarse un auténtico sistema
universal.
Ciertamente, los líderes de las naciones son conscientes
de la naturaleza mundial del problema, les es evidente dados los
conflictos con que se enfrentan cada día. Y se han
propuesto y acumulado estudios y soluciones por muchos grupos
cultos y concienciados, así como por los organismos de las
Naciones Unidas, para eliminar cualquier posible ignorancia en
cuanto a los desafiantes requerimientos que se deben satisfacer.
Existe, sin embargo, una parálisis de voluntad, y es esto
precisamente lo que hay que analizar y tratar resueltamente. Esta
parálisis radica, como hemos dicho, en una
convicción profunda sobre la naturaleza inevitablemente
belicosa de la humanidad; esto ha llevado a no querer considerar
la posible subordinación del interés
nacional a las exigencias del orden mundial y a una falta de
voluntad para encarar valientemente las inmensas implicaciones
que se derivarían del establecimiento de una autoridad en
un mundo unido. Se puede atribuir también a la incapacidad
de las masas ignorantes y subyugadas para expresar su deseo de un
nuevo orden en el que puedan vivir en paz, concordia y
prosperidad con toda la humanidad.
Los pasos y tentativas hacia un orden mundial, especialmente
desde la Segunda Guerra Mundial, dan señales de esperanza.
La creciente tendencia de grupos de naciones a formalizar
relaciones que les permitan cooperar en asuntos de interés
mutuo indica que, a la postre, todas las naciones podrían
superar esta parálisis. La Asociación de Naciones
del Sudeste de Asia, la
Comunidad y el Mercado Común del Caribe, el Mercado
Común Centroamericano, el Consejo para Asistencia
Económica Mutua, las Comunidades Europeas, la Liga de
Estados Árabes, la Organización para la Unidad Africana, la
Organización de Estados Americanos, el Foro del Pacífico Sur…,
todos los esfuerzos conjuntos
representados por dichas organizaciones preparan el camino hacia
un orden mundial.
La creciente atención que se presta a algunos de los
problemas más serios del planeta es otra señal de
esperanza. A pesar de las claras deficiencias de las Naciones
Unidas, la multitud de declaraciones y convenciones adoptadas por
dicha organización, aun aquellas en las que los Gobiernos
no se han comprometido con entusiasmo, le han dado a la gente
común una nueva esperanza en la vida. La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, la
Convención para la Prevención y Castigo del
Delito de
Genocidio, así como las medidas similares relativas a la
eliminación de toda forma de discriminación basada en la raza, el
sexo o las
creencias religiosas; la defensa de los derechos de los
niños; las medidas de protección contra la tortura
de los seres humanos; la erradicación del hambre y la
desnutrición; el uso del progreso
científico y tecnológico para fines
pacíficos y en beneficio de la humanidad, todas estas
medidas, si se aplican y se extienden con valentía,
adelantarán la llegada del día en que el espectro
de la guerra pierda su fuerza para dominar las relaciones
internacionales. No es preciso subrayar la importancia de los
asuntos que tratan dichas declaraciones y convenciones, pero
algunos en concreto,
debido a su repercusión inmediata en el establecimiento de
la paz mundial, merecen mayores comentarios.
El racismo, uno de
los males más funestos y persistentes, es un gran
obstáculo para la paz. Su práctica perpetra una
violación tan ultrajante de la dignidad de los seres
humanos que no debe fomentarse bajo ningún pretexto. El
racismo retrasa el desarrollo de las potencialidades ilimitadas
de sus víctimas, corrompe a los que lo cometen y malogra
el progreso humano. El reconocimiento de la unidad de la
humanidad, llevado a cabo por medidas legales adecuadas, debe ser
universalmente defendido para poder superar este problema.
La excesiva desigualdad entre ricos y pobres, fuente de grandes
sufrimientos, mantiene al mundo en estado de constante
inestabilidad, virtualmente al borde de la guerra. Pocas sociedades han
encarado de forma efectiva esta situación. La
solución exige la aplicación conjunta de enfoques
espirituales, morales y prácticos. Hay que observar el
problema con una mirada nueva, libre de polémicas
económicas e ideológicas, lo cual implica consultar
con expertos en una amplia gama de disciplinas y lograr la
participación de las gentes que resultarían
directamente afectadas por las decisiones que deben tomarse con
urgencia. Es un asunto que está ligado no sólo con
la necesidad de eliminar los extremos de riqueza y pobreza, sino
también con aquellas realidades espirituales cuya
comprensión puede producir una nueva actitud universal. El
promover tal actitud es ya, en sí mismo, una parte
importante de la solución.
El nacionalismo
desenfrenado, que es diferente de un patriotismo sano y
legítimo, debe ceder ante una lealtad más amplia:
el amor a toda
la humanidad. La declaración de Bahá'u'lláh
es la siguiente: "La tierra es un solo país, y la
humanidad, sus ciudadanos". El concepto de la ciudadanía mundial es el resultado directo
de la contracción del mundo en una sola vecindad por medio
de los adelantos científicos y de la indiscutible
dependencia entre las naciones. El amor a todos los pueblos del
mundo no excluye el amor al propio país. Se beneficia
más una parte determinada de la sociedad mundial cuando se
fomenta el beneficio de la totalidad. Las actividades
internacionales actuales en diversos campos, que estimulan el
afecto mutuo y el sentido de la solidaridad entre los pueblos,
deben ser ampliamente multiplicadas.
El conflicto religioso a lo largo de la historia ha sido causa de
innumerables guerras y contiendas, un gran obstáculo para
el progreso y algo cada vez más aborrecible para creyentes
e incrédulos. Los creyentes de todas las religiones deben
estar dispuestos a afrontar las preguntas fundamentales que
plantean estos conflictos y llegar a respuestas claras.
¿Cómo deben resolverse las diferencias entre ellos
tanto en la teoría
como en la práctica? El desafío con el que se
enfrentan los líderes religiosos de la humanidad consiste
en contemplar la situación de la misma, con sus corazones
llenos de espíritu de compasión y de anhelo por la
verdad, y preguntarse a sí mismos si no pueden,
humildemente ante su Creador Todopoderoso, disolver sus
diferencias teológicas en un gran espíritu de
tolerancia
mutua que les permita trabajar juntos por el progreso de la
comprensión y la paz humanas.
La emancipación de las mujeres, el logro de la igualdad total
entre ambos sexos, es uno de los más importantes
requisitos previos para la paz, aunque sea uno de los menos
reconocidos. La negación de dicha igualdad perpetra una
injusticia contra la mitad de la población del mundo y provoca en los
hombres actitudes y
costumbres nocivas que se llevan de la familia al
trabajo, a la
vida política y, por último, a las
relaciones internacionales. No existen bases morales,
prácticas ni biológicas para justificar tal
negación. Sólo en la medida en que las mujeres sean
aceptadas con plena igualdad en todos los campos del quehacer
humano, se creará el clima moral y
psicológico del que puede surgir la paz internacional.
La causa de la educación universal,
en la que ya presta sus servicios todo
un ejército de personas abnegadas de todos los credos y
países, merece el mayor apoyo que le puedan dar los
Gobiernos del mundo, pues, indiscutiblemente, la ignorancia es la
razón principal de la decadencia y caída de los
pueblos y de la perpetuación de los prejuicios. Ninguna
nación podrá alcanzar el éxito si no pone la
educación al alcance de todos los ciudadanos.

La falta de recursos limita
la capacidad de muchas naciones para cumplir con esta necesidad,
lo que impone un cierto orden de prioridades. Los estamentos
responsables deberían considerar la necesidad de dar
prioridad a la educación de las mujeres y niñas,
puesto que es a través de madres formadas como se pueden
transmitir, más efectiva y rápidamente a la
sociedad, los beneficios del conocimiento.
Para cumplir con los requisitos de nuestro tiempo, debe prestarse
atención también a la enseñanza del concepto
de ciudadanía mundial como parte del programa
educativo de cada niño.
Una carencia fundamental de comunicación entre los pueblos perjudica
seriamente los esfuerzos que se hacen para alcanzar la paz
mundial. La adopción
de un idioma auxiliar internacional contribuiría mucho a
resolver este problema, por lo que urge prestarle la
máxima atención.
De todos estos asuntos hay dos que merecen destacarse. El primero
es que la abolición de la guerra no es simplemente
cuestión de firmar tratados y
protocolos; es
una tarea compleja que exige un nuevo nivel de compromiso para
resolver los problemas que habitualmente no se relacionan con la
búsqueda de la paz. Al basarse solamente en convenios
políticos, la idea de la seguridad
colectiva resulta ser una quimera. El otro es que el
desafío primordial al tratar de los asuntos de la paz
consiste en elevar el contexto al nivel de los principios para
diferenciarlo de un mero pragmatismo.
Porque, en esencia, la paz proviene de un estado interior apoyado
por una actitud espiritual o moral, y es precisamente en la
evocación de esta actitud donde puede encontrarse la
posibilidad de soluciones duraderas.
Hay principios espirituales, o lo que algunos llaman valores
humanos, con los que es posible encontrar soluciones para todo
problema social. Cualquier grupo bienintencionado puede elaborar
soluciones prácticas para sus problemas en un sentido
general, pero las buenas intenciones y los conocimientos
prácticos no suelen ser suficientes. El mérito
esencial del principio espiritual consiste no sólo en que
presenta una perspectiva acorde con lo que es inherente a la
naturaleza humana, sino que también induce a una actitud,
una dinámica, una voluntad, una
aspiración que facilitan el descubrimiento y la
aplicación de medidas prácticas. Los gobernantes y
todos los que ostentan alguna autoridad tendrían
más éxito en sus esfuerzos por resolver los
problemas si primero intentaran identificar los principios en
cuestión y luego se guiaran por ellos.
III
El dilema primordial que hay que resolver es cómo el mundo
actual, con su intrínseca pauta de conflicto, puede
cambiarse por un mundo en el que prevalezcan la armonía y
la cooperación.
El orden mundial sólo puede fundarse sobre una
imperturbable conciencia de la unidad de la humanidad, verdad
espiritual que confirman todas las ciencias
humanas. La antropología, la fisiología y la psicología reconocen
sólo una especie humana, aunque con infinitas variantes en
los aspectos biológicos secundarios. Para admitir esta
verdad hay que abandonar los prejuicios, toda clase de
prejuicios: de raza, clase, color, credo, nación, sexo,
grado de civilización material; todo lo que hace que la
gente se considere superior a los demás.
La aceptación de la unidad de la humanidad es el requisito
previo fundamental para la reorganización y administración del mundo como un solo
país: el hogar de la raza humana. La aceptación
universal de este principio espiritual es indispensable para
tener éxito en cualquier intento de establecer la paz
mundial. Por lo tanto, debe proclamarse universalmente, debe
enseñarse en las escuelas y afirmarse constantemente en
todas las naciones como preparación para el cambio
orgánico en la estructura
social que esta aceptación implica.
Desde el punto de vista bahá'í, el reconocimiento
de la unidad de la humanidad "requiere nada menos que la
reconstrucción y la desmilitarización de todo el
mundo civilizado como un mundo orgánicamente unificado en
todos los aspectos esenciales de su vida, de su maquinaria
política, de su anhelo espiritual, de su comercio y de
sus finanzas, de su escritura e
idioma, y, aun así, infinito en la diversidad de las
características nacionales de sus unidades federadas".
Al considerar las implicaciones de este principio cardinal,
Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe Bahá'í,
comentaba en 1931: "Lejos de pretender la subversión de
los fundamentos actuales de la sociedad, trata de ampliar su
base, de amoldar sus instituciones en consonancia con las
necesidades de un mundo en constante cambio. No está en
conflicto con alianzas legítimas ni socava lealtades
esenciales. Su propósito no es sofocar la llama de un sano
e inteligente patriotismo en el corazón
del hombre, ni abolir el sistema de autonomía nacional,
tan esencial para evitar los males de un exagerado centralismo. No
ignora ni intenta suprimir la diversidad de orígenes
étnicos, de climas, de historia, de idioma y
tradición, de pensamiento y
costumbres que distinguen a los pueblos y naciones del mundo.
Reclama una lealtad más amplia, una aspiración
mayor que cualquiera de las que ha sentido la humanidad. Insiste
en la subordinación de impulsos e intereses nacionales a
las exigencias imperativas de un mundo unificado. Repudia, por
una parte, el centralismo excesivo, y, por otra, rechaza todo
intento de uniformidad. Su consigna es la unidad en la
diversidad".
El logro de tales fines exige varias etapas en el ajuste de las
actitudes políticas nacionales, que ahora lindan con la
anarquía, a falta de leyes claramente
definidas o de principios universalmente aceptados y obligatorios
que regulen las relaciones entre las naciones. La Liga de las
Naciones, las Naciones Unidas y las muchas organizaciones y
acuerdos producidos por ellas, han sido indudablemente
provechosos, al atenuar ciertos efectos negativos de los
conflictos internacionales, pero se han mostrado incapaces de
prevenir la guerra. De hecho, ha habido una gran cantidad de
guerras desde que terminó la Segunda Guerra
Mundial. Muchas están ardiendo todavía.
Los aspectos predominantes de este problema ya habían
aparecido en el siglo XIX cuando Bahá'u'lláh hizo
públicas por primera vez sus propuestas para el
establecimiento de la paz mundial. El principio de seguridad
colectiva fue propuesto por él en las declaraciones que
dirigió a los gobernantes del mundo. Comentando su
significado, escribió Shoghi Effendi: "¿Qué
otra cosa podrían significar estas importantes palabras
sino una referencia a la inevitable reducción de las
ilimitadas soberanías nacionales como requisito
indispensable para la formación de la futura mancomunidad
de todas las naciones del mundo?

Es necesario desarrollar cierta forma de súper
estado mundial, a favor del cual todas las naciones del mundo
habrán de abandonar voluntariamente toda pretensión
de hacer la guerra, ciertos derechos de gravar con impuestos, y
todos los derechos de poseer armamentos, salvo con el
propósito de mantener el orden interno dentro de sus
respectivos dominios. Dicho Estado habrá de incluir en su
órbita un poder
ejecutivo internacional con capacidad para hacer valer su
autoridad suprema e indiscutible sobre todo miembro recalcitrante
de la mancomunidad; un Parlamento mundial cuyos miembros
serán elegidos por los habitantes de sus respectivos
países y cuya elección será confirmada por
sus respectivos Gobiernos; y un tribunal supremo cuyos
dictámenes tendrán carácter obligatorio aun
en los casos en que las partes interesadas no hayan acordado
voluntariamente someter el litigio a su
consideración".
"Una comunidad mundial en la que todas las barreras
económicas habrán quedado totalmente derribadas y
en la que se reconocerá definitivamente la
interdependencia del capital y
el trabajo; en
la que el clamor del fanatismo y del conflicto religioso
habrá sido acallado para siempre; en la que estará
definitivamente extinguida la llama de la animosidad racial; en
la que un código
único de derecho
internacional -producto de un juicioso análisis de los representantes federados
del mundo- será sancionado por la intervención
instantánea y coercitiva de las fuerzas combinadas de las
unidades federadas; y, finalmente, una comunidad mundial en la
que el furor de un nacionalismo caprichoso y militante
será trocado por una perdurable conciencia de
ciudadanía mundial; así es como se presenta, a
grandes rasgos, el Orden anunciado por Bahá'u'lláh,
un Orden que habrá de ser considerado el más
hermoso fruto de una época que madura lentamente".
La puesta en práctica de estas medidas de largo alcance
fue indicada por Bahá'u'lláh: "Llegará el
momento en que los hombres se darán cuenta de la necesidad
imperativa de llevar a cabo una vasta reunión en la que
participen todos. Es absolutamente necesario que los gobernantes
y reyes de la tierra concurran a ella y que, participando en sus
debates, consideren los caminos y los medios que sienten los
cimientos de la Gran Paz mundial entre los hombres".
El valor, la
resolución, la
motivación pura, el amor desinteresado de un pueblo a
otro -todas las cualidades espirituales y morales necesarias para
efectuar este trascendente paso hacia la paz- se concentran en la
voluntad de actuar. Y es para provocar la voluntad necesaria por
lo que se debe meditar seriamente sobre la realidad del hombre,
esto es, su pensamiento. Comprender la importancia de esta
poderosa realidad es también apreciar la necesidad social
de poner en práctica su valor único por medio de un
proceso de consultas sinceras, desapasionadas y cordiales, y
actuar en consecuencia con los resultados de este proceso.
Bahá'u'lláh recalcó insistentemente las
virtudes de la consulta y lo indispensable que es para poner en
orden los asuntos humanos. Dijo: "La consulta confiere un mejor
conocimiento y convierte la conjetura en certeza. Es una luz
brillante que, en un mundo oscuro, muestra el camino
y sirve de guía. Para cada cosa hay y seguirá
habiendo un estado de perfección y madurez. La madurez del
don del entendimiento se manifiesta a través de la
consulta". El intento mismo de alcanzar la paz por medio de la
consulta, como él propuso, puede desencadenar ese
espíritu saludable entre los pueblos de la tierra, de tal
forma que ningún poder podría resistir su resultado
triunfal definitivo.
En cuanto a los procedimientos
para esta asamblea mundial, 'Abdu'l-Bahá, el hijo de
Bahá'u'lláh e intérprete autorizado de sus
enseñanzas, ofreció esta profunda
explicación: "Deben hacer de la causa de la paz el objeto
de la consulta general e intentar, por todos los medios a su
alcance, establecer una unión de las naciones del mundo.
Deben concertar un tratado de obligado cumplimiento y establecer
un convenio cuyas disposiciones sean sólidas, inviolables
y definitivas. Deben proclamarlo a todo el mundo y obtener para
él la sanción de toda la raza humana. Esta suprema
y noble empresa -la verdadera fuente de paz y bienestar de todo
el mundo- ha de considerarse como sagrada por todos los moradores
de la tierra. Todas las fuerzas de la humanidad deben ser
movilizadas para asegurar la estabilidad y permanencia de este
Supremo Convenio. En este pacto universal se deben fijar
claramente los límites y fronteras de cada una de las
naciones, establecer definitivamente los principios fundamentales
de las relaciones entre los Gobiernos y determinar todos los
acuerdos y obligaciones
internacionales.

De la misma manera, se debe limitar estrictamente la
cantidad de armamentos de cada Gobierno, pues si
se permitiera incrementar los preparativos para la guerra y las
fuerzas militares de cualquier nación, se
provocaría la desconfianza de las otras. El principio
fundamental de este pacto solemne se debe fijar de tal manera que
si algún Gobierno, más adelante, violara alguna de
sus disposiciones, todos los Gobiernos de la tierra
deberán levantarse para reducirlo a completa
sumisión; incluso la raza humana entera debería
tomar la resolución de destruir este Gobierno con todos
los poderes a su alcance. Si se aplica este, el mayor de los
remedios al cuerpo enfermo del mundo, con seguridad se
recobrará de sus enfermedades y
permanecerá a salvo y seguro".
La realización de esta magna convocatoria se retrasa ya
demasiado.
Con todo el fervor de nuestros corazones, pedimos a los
líderes de todas las naciones que aprovechen esta
oportunidad y den pasos irreversibles para convocar esta asamblea
mundial. Todas las fuerzas de la historia impulsan a la humanidad
hacia este acto que señalará definitivamente la
aurora de su tan esperada madurez.
¿No se levantarán las Naciones Unidas, con el pleno
apoyo de sus miembros, para alcanzar los elevados
propósitos de tan magno acontecimiento?
Que los hombres y las mujeres, los jóvenes y los
niños de todo el mundo reconozcan el eterno mérito
de esta acción
imperativa para todos los pueblos y eleven sus voces de
aprobación decidida. ¡Que esta generación sea
la que inaugure esta gloriosa etapa en la evolución de la
vida social del planeta!
IV
La fuente del optimismo que sentimos es una visión que
trasciende el cese de la guerra y la creación de
organismos de cooperación internacional. La paz permanente
entre las naciones es una etapa esencial, pero no es
-según proclama Bahá'u'lláh- la meta final
del desarrollo social
de la humanidad. Más allá del armisticio inicial
impuesto al mundo por el temor a un holocausto
nuclear, más allá de la paz política
introducida a la fuerza por naciones rivales y desconfiadas,
más allá de acuerdos pragmáticos para la
seguridad y la coexistencia, incluso más allá de
los muchos experimentos de
cooperación que tales pasos harán posibles, se
halla la meta final: la unificación de todos los pueblos
del mundo en una familia universal.
La falta de unidad es un peligro que las naciones y los pueblos
de la tierra ya no pueden soportar; sus consecuencias son
demasiado terribles para contemplarlas, demasiado obvias para que
exijan alguna demostración. Hace más de un siglo
escribió Bahá'u'lláh: "El bienestar de la
humanidad, su paz y seguridad son inalcanzables, a menos y hasta
que su unidad sea firmemente establecida". Al observar que "toda
la humanidad está gimiendo, ansiando ser conducida a la
unidad y terminar con su largo martirio", Shoghi Effendi
comentó, además: "La unificación de toda la
humanidad es el distintivo de la etapa a la cual la sociedad
está llegando ahora. La unidad de la familia, de la tribu,
de la ciudad-estado y de la nación ha sido intentadas
sucesivamente y alcanzadas por completo.

La unidad del mundo es la meta por la que lucha una
humanidad hostigada. La formación de naciones ha llegado a
su fin. La anarquía inherente a la soberanía del Estado va hacia su punto
culminante. Un mundo cercano a la madurez debe abandonar este
fetichismo, reconocer la unidad y la integridad de las relaciones
humanas y establecer, de una vez por todas, el mecanismo que
mejor pueda encarnar este principio fundamental para su
existencia".
Todas las fuerzas contemporáneas que propician los cambios
corroboran este punto de vista. Las pruebas pueden
discernirse en los muchos ejemplos que se han citado de presagios
favorables para la paz mundial en los actuales movimientos y
sucesos internacionales. El ejército de hombres y mujeres,
reclutados prácticamente de entre toda cultura, raza y
nación de la tierra, que presta servicio en
los diversos organismos de las Naciones Unidas, representa un
"servicio civil" planetario cuyos impresionantes éxitos
son indicios del grado de cooperación que se puede lograr
hasta en las condiciones más desalentadoras. Un impulso
hacia la unidad, como una primavera espiritual, lucha por
expresarse mediante los incontables congresos internacionales que
reúnen a personas de una amplia gama de disciplinas.
Motiva proyectos
internacionales que implican a niños y jóvenes. En
verdad, es la auténtica fuente del notable movimiento
hacia el ecumenismo por el que los miembros de las religiones y
sectas históricamente antagonistas se sienten
recíproca e irresistiblemente atraídos. Junto a la
tendencia contraria a favor de la guerra y el engrandecimiento
propio, contra la cual lucha incesantemente, el impulso hacia la
unidad mundial es una de las características más
dominantes y extendidas en la vida del planeta durante los
últimos años del siglo veinte.
La experiencia de la comunidad bahá'í puede verse
como un ejemplo de esta creciente unidad. Es una comunidad de
unos tres o cuatro millones de personas* provenientes de muchas
naciones, culturas, clases y credos, que se dedican a
múltiples actividades al servicio de las necesidades
espirituales, sociales y económicas de los pueblos de
muchas tierras. Es un solo organismo social que representa la
diversidad de la familia humana, que dirige sus asuntos por medio
de un sistema de principios consultivos comúnmente
aceptados y que aprecia igualmente a todas las grandes corrientes
de guía divina a lo largo de la historia. Su existencia es
otra prueba convincente de que la visión de su Fundador de
un mundo unido es practicable, otra prueba de que la humanidad
puede convivir como una sociedad global dispuesta a afrontar los
desafíos que pueda implicar la llegada a su mayoría
de edad. Si la experiencia bahá'í puede contribuir
en cualquier medida a fortalecer la esperanza en la unidad de la
humanidad, nos sentimos felices de ofrecerla como modelo para su
estudio.
Al contemplar la suprema importancia de la tarea que ahora se
presenta como un desafío ante todo el mundo, nos
inclinamos humildemente ante la sublime majestad del divino
Creador, Quien por su infinito amor ha creado a toda la humanidad
de la misma materia, ha
exaltado la valiosa realidad del hombre, le ha honrado con
intelecto y sabiduría, nobleza e inmortalidad, y le ha
dotado de "la distinción y capacidad únicas de
conocerle y amarle", capacidad "que debe considerarse como el
impulso generador y el objetivo
primordial que sostiene a la creación entera".
Mantenemos la firme convicción de que "todos los hombres
han sido creados para llevar adelante una civilización en
continuo progreso", que "actuar como las bestias salvajes no es
digno del hombre", que las virtudes que benefician a la dignidad
humana son la honradez, la indulgencia, la misericordia, la
compasión y la generosidad amorosa hacia todas las gentes.
Reafirmamos la creencia de que "las potencialidades inherentes a
la posición del hombre, la medida plena de su destino en
el mundo y la excelencia innata de su realidad, deben todas
manifestarse en este prometido Día de Dios". Éstas
son las motivaciones de nuestra fe inalterable en que la unidad y
la paz son la meta asequible por la que la humanidad está
esforzándose.
Al escribirse esto, pueden oírse las voces esperanzadas de
los bahá'ís, a pesar de la persecución de la
que son víctimas en el país donde nació su
Fe. Con su ejemplo de esperanza irreducible, dan testimonio de la
creencia de que la realización inminente de este antiguo
sueño de paz está ahora, en virtud de los transformadores
efectos de la revelación de Bahá'u'lláh,
investida con la fuerza de la autoridad divina. Por lo que les
transmitimos a ustedes no sólo una visión en
palabras; convocamos el poder de las hazañas de fe y
sacrificio; transmitimos la ansiosa defensa de la paz y la unidad
en nombre de nuestros correligionarios de todas partes. Nos
unimos a todos los que son víctimas de la agresión,
a todos los que anhelan el fin de los conflictos y la violencia,
a todos aquellos que por su devoción a los principios de
la paz y del orden mundial promueven los nobles propósitos
para los que fue llamada a la existencia la humanidad por un
Creador Todo a moroso.
Con nuestro sincero deseo de impartirles a ustedes el fervor de
nuestra esperanza y nuestra confianza más profunda,
citamos la promesa categórica de
Bahá'u'lláh: "Estas luchas estériles, estas
guerras desastrosas pasarán y la 'Paz Mayor'
reinará".
La Casa Universal de Justicia.

3. Selección
de los escritos de Baháulláh sobre la
paz

SELECCIÓN DE LOS ESCRITOS DE
BAHÁ'U'LLÁH: Sobre la paz:
Éste es el día en que los más excelentes
favores de Dios han sido derramados sobre los hombres, Día
en que su poderosísima gracia ha sido infundida en todas
las cosas creadas. Incumbe a todos los pueblos del mundo
reconciliar sus diferencias y, con perfecta unidad y paz, morar
bajo la sombra del Árbol de su cuidado y amorosa bondad.
Les incumbe aferrarse a todo aquello que, en este Día,
conduzca a la exaltación de su posición y la
promoción de sus mejores intereses.1
Dios, al enviar sus Profetas a los hombres, tiene dos
propósitos. El primero es liberar a los hijos de los
hombres de la oscuridad de la ignorancia y guiarlos a la luz del
verdadero entendimiento. El segundo es asegurar la paz y
tranquilidad del género
humano y proveer todos los medios por los cuales puedan
éstas ser establecidas.2
¡Oh vosotros que moráis en la tierra! El rasgo
distintivo que marca el
carácter preeminente de esta Suprema Revelación
consiste en que hemos sentado los requisitos esenciales de la
conducta, entendimiento y de completa y permanente unidad.
Venturosos quienes guardan mis mandamientos.3
El Gran Ser, deseando revelar los requisitos previos para la paz
y tranquilidad del mundo y el adelanto de sus pueblos, ha
escrito: Debe llegar el tiempo en que la imperativa necesidad de
tener una concentración amplia y abierta a todos los
hombres será universalmente comprendida. Los gobernantes y
reyes de la tierra deben necesariamente concurrir a ella y,
participando en sus deliberaciones, deben considerar los
procedimientos y medios que establezcan entre los hombres los
fundamentos de la Gran Paz mundial. Tal paz exige que las Grandes
Potencias decidan, para la tranquilidad de los pueblos de la
tierra, estar completamente reconciliadas entre sí. Si
algún rey tomare sus armas contra otro, todos
deberán levantarse unidos e impedírselo; si esto se
hace, las naciones del mundo ya no necesitarán armamento,
salvo con el fin de preservar la seguridad de sus reinos y mantener
el orden interno dentro de sus territorios. Esto asegurará
la paz y la calma de todos los pueblos, Gobiernos y naciones.
Esperamos que los reyes y gobernantes de la tierra, los espejos
del dadivoso y omnipotente nombre de Dios, puedan alcanzar esta
posición y escudar a la humanidad de la embestida de la
tiranía… Se aproxima el día en que todos los
pueblos de la tierra habrán adoptado un idioma universal y
una escritura común. Cuando se haya logrado esto, a
cualquier ciudad que uno viaje será como llegar a la
tierra nativa. Estas cosas son obligatorias y absolutamente
esenciales. Incumbe a todo hombre dotado de discernimiento y
comprensión esforzarse por llevar lo que ha sido escrito a
la realidad y acción… Es de hecho un hombre quien hoy se
dedica al servicio de toda la raza humana. El Gran Ser dice
nuevamente: Bienaventurado y feliz es aquel que se levanta para
promover los mejores intereses de los pueblos y razas de la
tierra. En otro pasaje Él ha proclamado: No debe
enaltecerse quien ama a su patria, sino quien ama al mundo
entero. La tierra es un solo país y la humanidad sus
ciudadanos.4
¡Oh gobernantes de la tierra! ¿Por qué
habéis ofuscado el resplandor del Sol y hecho que deje de
brillar? Escuchad el consejo que os da la Pluma del
Altísimo, que quizá tanto vosotros como los pobres
podáis lograr tranquilidad y paz. Imploramos a Dios que
ayude a los reyes de la tierra a establecer la paz en el mundo.
Él verdaderamente hace lo que es su Voluntad.
¡Oh reyes de la tierra! Vemos que aumentáis vuestros
gastos cada
año, y colocáis su carga sobre vuestros
súbditos. Esto, verdaderamente, es total y gravemente
injusto. Temed los suspiros y lágrimas de este Agraviado,
y no coloquéis cargas excesivas sobre vuestros pueblos. No
les saqueéis para levantar palacios para vosotros mismos;
no, más bien escoged para ellos aquello que
escogéis para vosotros mismos. Así desplegamos ante
vuestros ojos lo que os beneficia, si sólo percibierais.
Vuestros pueblos son vuestro tesoro. Tened cuidado, no sea que
vuestro imperio viole los mandamientos de Dios y
entreguéis a los que están bajo vuestra tutela en manos
del saqueador. Por ellos gobernáis, por medio de ellos
subsistís, con su ayuda conquistáis. Sin embargo,
¡con cuánto desdén los miráis!
¡Cuán extraño es, cuán sumamente
extraño!
Ahora que habéis rechazado la Más Grande Paz,
aferraos a esta la Paz Menor, para que quizás
podáis mejorar en cierto grado vuestra propia
condición y la de quienes dependen de vosotros.
¡Oh gobernantes de la tierra! Reconciliaos entre vosotros,
para que no necesitéis más de armamentos salvo en
la medida en que lo exija la protección de vuestros
territorios y dominios. Cuidado, no sea que desestiméis el
consejo del Omnisciente, el Fiel.
Manteneos unidos, oh reyes de la tierra, pues con ello la
tempestad de la discordia será acallada entre vosotros y
vuestros pueblos encontrarán descanso, si sois de aquellos
que comprenden. Si uno de entre vosotros tomare armas contra
otro, levantaos todos contra él, pues esto no es sino
justicia manifiesta.5
El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad son
inalcanzables a menos que su unidad sea firmemente establecida.
Esta unidad no podrá jamás lograrse mientras se
permita que los consejos que ha revelado la Pluma del
Altísimo pasen desatendidos.6
Imploramos a Dios -exaltada sea su gloria- y abrigamos la
esperanza de que Él asista benignamente a las
manifestaciones de afluencia y poder y a las auroras de
soberanía y gloria, los reyes de la tierra -que Dios les
ayude con su gracia fortalecedora-, a establecer la Paz Menor. En
verdad, éste es el mayor medio de asegurar la tranquilidad
de las naciones. Incumbe a los soberanos del mundo -que Dios les
asista- que unánimemente se aferren a esta Paz, pues es el
principal instrumento para la protección de toda la
humanidad. Es nuestra esperanza que se levantarán para
lograr lo que conduzca al bienestar del hombre. Es su deber
convocar una asamblea universal a la cual asistan ellos mismos o
sus ministros, y poner en vigor todas las medidas necesarias para
establecer la unidad y concordia entre los hombres. Ellos deben
abandonar las armas y los equipos bélicos, porque no
serán necesarios más allá de los
requerimientos para garantizar la seguridad interna de sus
respectivos países. Si ellos logran esta
excelentísima bendición, el pueblo de cada
nación se dedicará con tranquilidad y
satisfacción a sus propias ocupaciones, y los quejidos y
lamentos de la mayoría de los hombres serán
silenciados. Pedimos a Dios que les ayude a hacer su voluntad y
placer. Verdaderamente, Él es el Señor del trono en
lo alto y abajo en la tierra, y el Señor de este mundo y
del venidero. Sería preferible y más adecuado que
los honorables reyes asistiesen personalmente a tal asamblea y
proclamasen sus edictos. En verdad, cualquier rey que se levante
y lleve a cabo esta tarea se convertirá, ante los ojos de
Dios, en el adalid de todos los reyes. ¡Feliz es él
y grande su bienaventuranza!7
La sexta Buena Nueva es el establecimiento de la Paz Menor, cuyos
detalles han sido anteriormente revelados por nuestra
Exaltadísima Pluma. Grande es la bendición de aquel
que la sostenga y observe todo cuanto ha sido ordenado por Dios,
el Omnisciente, el Omnisapiente.8
Es deseable la moderación en todos los asuntos. Si una
cosa es llevada al exceso, será fuente de perjuicio.
Considerad cómo la civilización de Occidente ha
agitado y alarmado a los pueblos del mundo. Una máquina
infernal ha sido inventada y ha resultado ser un arma de
destrucción como nadie ha visto ni oído cosa
igual. La depuración de tan profundamente arraigadas y
abrumadoras corrupciones no puede llevarse a cabo, a menos que
los pueblos del mundo se unan en la consecución de una
meta común y abracen una fe universal. Inclinad vuestros
oídos al Llamamiento de este Agraviado y adheríos
firmemente a la Paz Menor.9
Primero: es de incumbencia de los ministros de la Casa de
Justicia la promoción de la Paz Menor, para que el pueblo
de la tierra pueda ser liberado de la carga de gastos
exorbitantes. Este asunto es imperativo y absolutamente esencial,
por cuanto las hostilidades y el conflicto son causa de
aflicción y calamidad.10
En la abundancia de nuestro favor y amorosa bondad, hemos
revelado, especialmente para los gobernantes y ministros del
mundo, aquello que conduce a la seguridad y protección, a
la tranquilidad y paz; quizá los hijos de los hombres
puedan ser resguardados de los males de la opresión.
Él, verdaderamente, es el Protector, el Auxiliador, el
Otorgador de victoria. Es de la incumbencia de los hombres de la
Casa de Justicia de Dios fijar su mirada día y noche sobre
aquello que ha emanado de la Pluma de Gloria para la
instrucción de los pueblos, la edificación de las
naciones, la protección del hombre y la salvaguarda de su
honor.11
Aquellos que poseen riqueza y están investidos con
autoridad y poder deben mostrar el más profundo respeto por la
religión. En verdad, la religión es una luz
radiante y una fortaleza inexpugnable para la protección y
el bienestar de los pueblos del mundo, porque el temor de Dios
impulsa al hombre a sujetarse a lo que es bueno y a evitar todo
mal. Si se oscureciera la lámpara de la religión,
sobrevendría el caos y la confusión, y las luces de
la imparcialidad y la justicia, de la tranquilidad y la paz
cesarían de brillar. De ello será testigo todo
hombre de verdadero entendimiento.12
Hemos ordenado a toda la humanidad establecer la Paz Menor, el
más seguro de todos los medios para la protección
de la humanidad. Los soberanos del mundo, de común
acuerdo, deberían aferrarse a ella, pues éste es el
supremo instrumento que puede garantizar la seguridad y bienestar
de todos los pueblos y naciones. Verdaderamente, ellos son las
manifestaciones del poder de Dios y las auroras de su autoridad.
Imploramos al Todopoderoso que muníficamente les asista en
aquello que conduzca al bienestar de sus súbditos. Una
explicación completa referente a este tema ha sido
anteriormente escrita por la Pluma de Gloria; bienaventurados los
que actúan conforme a ella.13
El propósito de la religión, como ha sido revelado
desde el cielo de la Santa Voluntad de Dios, es el de establecer
la unidad y concordia entre los pueblos del mundo; no
hagáis de ella causa de lucha y discordia. La
religión de Dios y su divina ley son los más
potentes instrumentos, y el más seguro de todos los
medios, para el amanecer de la luz de la unidad entre los
hombres. El progreso del mundo, el desarrollo de las naciones, la
tranquilidad de los pueblos y la paz de todos los que moran en la
tierra se hallan entre los principios y ordenanzas de Dios. La
religión otorga al hombre el más preciado de los
dones, ofrece la copa de la prosperidad, imparte vida eterna y
derrama beneficios imperecederos a la humanidad. Corresponde a
los jefes y gobernantes del mundo, y en particular a los
Fideicomisarios de la Casa de Justicia de Dios, esforzarse al
máximo de su poder para salvaguardar su posición,
promover sus intereses y exaltar su Estado ante los ojos del
mundo. De igual modo, es de su incumbencia informarse de las
condiciones de los súbditos y familiarizarlos con los
asuntos y actividades de las diversas comunidades en sus
dominios. Exhortamos a las manifestaciones del poder de Dios -los
soberanos y gobernantes de la tierra- a levantarse y hacer todo
lo que esté en su poder para que quizá puedan
erradicar la discordia en este mundo e iluminarlo con la luz de
la concordia.14
Nuestra esperanza es que los jefes religiosos del mundo y sus
gobernantes se levanten unidos para reformar esta edad y
rehabilitar su destino. Que tomen consejos juntos después
de haber meditado sobre sus necesidades y, a través de
deliberación ferviente y plena, administren, a un mundo
enfermo y penosamente afligido, el remedio que requiere.
El Gran Ser dice: El cielo de la sabiduría divina
está iluminado con las dos luminarias de la consulta y la
compasión. En todos los asuntos tomad consejos juntos, por
cuanto la consulta es la lámpara de guía que
alumbra el camino y es la que confiere entendimiento.15
Tomad consejo juntos y ocupaos sólo de lo que beneficie a
la humanidad y mejore su condición… Considerad al mundo
como al cuerpo humano
que, aunque creado sano y perfecto, ha sufrido, por diversas
causas, graves trastornos y enfermedades. Ni un solo día
logró alivio; más aún, su dolencia se hizo
más severa, puesto que cayó en manos de
médicos ignorantes que dieron rienda suelta a sus deseos
personales y erraron gravemente. Y si alguna vez, por el cuidado
de un médico hábil, un miembro de aquel cuerpo
sanaba, el resto quedaba enfermo como antes. Así lo
informaba el Omnisciente, el Sapientísimo… Lo que el
Señor ha ordenado como el supremo remedio y el más
poderoso instrumento para la curación del mundo entero es
la unión de todos sus pueblos en una Causa universal, en
una Fe común. Esto no puede lograrse sino por el poder de
un Médico inspirado, hábil y todopoderoso. Esto,
ciertamente, es la verdad y todo lo demás no es sino
error…
Considerad estos días en que la Antigua Belleza, Aquel que
es el Nombre Más Grande, ha sido enviado a regenerar y
unificar a la humanidad. Contemplad cómo, desenvainadas
sus espadas, ellos se alzaron contra Él y cometieron
aquello que hizo estremecer al Espíritu Fiel. Y cuando les
dijimos: "He aquí, el Reformador del Mundo ha venido",
ellos respondieron: "Él ciertamente es uno de los
promotores del desorden".16
¡Alabado sea Dios por haber llegado hasta Mí!… Has
venido a ver a un prisionero y un desterrado… Nosotros
sólo deseamos el bien del mundo y la felicidad de las
naciones; sin embargo, nos consideran causantes de
sedición y de rivalidades, merecedoras de la
prisión y del destierro… Que todas las naciones tengan
una fe común y todos los hombres sean hermanos; que se
fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre los hijos de los
hombres; que desaparezca la diversidad de religiones y se anulen
las diferencias de raza. ¿Qué mal hay en esto?…
Pero esto se cumplirá, esas luchas sin objeto, esas
guerras desastrosas desaparecerán y la "Paz Más
Grande" reinará… Ustedes, en Europa,
¿no necesitan también de esto? ¿No fue esto
mismo lo que anunció Cristo?… Sin embargo, vemos a
vuestros reyes y gobernantes disipando sus tesoros más en
medios de destrucción de la raza humana que en aquello que
proporcionaría felicidad a la humanidad… Estas luchas,
este derramamiento de sangre y esta
discordia cesarán y todos los hombres serán como
miembros de una sola familia… Que ningún hombre se
gloríe de que ama a su patria; que más bien se
gloríe de que ama a sus semejantes…"17 (a)

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